Aquella tarde se estaba volviendo muy ajetreada. El timbre que señalaba el fin de las clases parecía que tardó una eternidad en sonar y librar a los estudiantes de su mal diario, pero al fin, había llegado, y los alumnos salieron del instituto con más energía que la que parecía que tenían durante todo el día.
Las gemelas estaban caminando tranquilamente por las calles, no tenían prisa en llegar a sus casas como el resto de sus compañeros, así que con bolsa encima y vestidos de uniforme recorrían las calles sin destino fijo. Odiaban la rutina, y los últimos días parecían cosidos por el mismo patrón, por lo que cuando iban juntas por la calle pretendían buscar algo nuevo, que las distrajera… pero era todo igual de aburrido. Las personas hacían siempre lo mismo, y los fantasmas oportunistas que se cruzaban en su camino, al no saber si ellas podían verlos o no, pasaban de todo. Abyss caminaba con una sonrisa en el rostro, sin que se le notase nada el cansancio, pero Alice era todo lo contrario con su ceño fruncido y su impaciente caminar. – Esto es un coñazo… me aburro… me pesa la mochila… tengo hambre… - Se quejaba por lo bajo. La chica era muy honesta y siempre soltaba todo lo que pensaba y sentía, era parte de su encanto dentro de lo que en principio podría parecer una impertinente gruñona. Entonces, agarró a su hermana peliblanca de la mano y la desvió del camino que seguía tranquilamente. - ¡Ahí hay un puesto de ramen! Vamos rápido. – Abyss sin llevarle la contraria, se encogió levemente de hombros y le dedicó una sonrisa a su hermana castaña.
Ya con dos tarrinas de ramen, ambas chicas se acercaron a un pequeño parque que, a pesar de la hora que era, estaba totalmente solitario. Decidieron sentarse en un banco más o menos en el centro del lugar, comiendo tranquilas. De pronto, Abyss dejó los palillos y el bol mientras su ojos lilas miraban un punto a la distancia, dirección en la que los ojos del mismo color de Alice no tardaron en mirar. Aunque fuera durante unos instantes leves, una sombra vestida de negro había desaparecido de entre los árboles. Ambas sabían de lo que se trataba, de aquellos sujetos de trajes negros y katanas que solo podían ver ellas, pero de los cuales no tenían ningún tipo de información. No sabían lo que podrían ser. A Alice poco le importaba, pero Abyss estaba muerta de curiosidad. – Para la próxima… deberíamos acercarnos a uno de esos. Tal vez consigan responder a nuestras preguntas… ya que ni los fantasmas saben nada, y los monstruos… solo saben atacar y gritar. – Susurró la peliblanca, entrecerrando los ojos. Alice guardó silencio durante unos segundos, por una parte quería comprender lo de los poderes, pero por otra le daba miedo conocer la respuesta. A Abyss solo le importaba conocer la razón del porqué ellas eran superiores al resto de los humanos, le daba igual si fueran razones buenas o malas.
Las gemelas estaban caminando tranquilamente por las calles, no tenían prisa en llegar a sus casas como el resto de sus compañeros, así que con bolsa encima y vestidos de uniforme recorrían las calles sin destino fijo. Odiaban la rutina, y los últimos días parecían cosidos por el mismo patrón, por lo que cuando iban juntas por la calle pretendían buscar algo nuevo, que las distrajera… pero era todo igual de aburrido. Las personas hacían siempre lo mismo, y los fantasmas oportunistas que se cruzaban en su camino, al no saber si ellas podían verlos o no, pasaban de todo. Abyss caminaba con una sonrisa en el rostro, sin que se le notase nada el cansancio, pero Alice era todo lo contrario con su ceño fruncido y su impaciente caminar. – Esto es un coñazo… me aburro… me pesa la mochila… tengo hambre… - Se quejaba por lo bajo. La chica era muy honesta y siempre soltaba todo lo que pensaba y sentía, era parte de su encanto dentro de lo que en principio podría parecer una impertinente gruñona. Entonces, agarró a su hermana peliblanca de la mano y la desvió del camino que seguía tranquilamente. - ¡Ahí hay un puesto de ramen! Vamos rápido. – Abyss sin llevarle la contraria, se encogió levemente de hombros y le dedicó una sonrisa a su hermana castaña.
Ya con dos tarrinas de ramen, ambas chicas se acercaron a un pequeño parque que, a pesar de la hora que era, estaba totalmente solitario. Decidieron sentarse en un banco más o menos en el centro del lugar, comiendo tranquilas. De pronto, Abyss dejó los palillos y el bol mientras su ojos lilas miraban un punto a la distancia, dirección en la que los ojos del mismo color de Alice no tardaron en mirar. Aunque fuera durante unos instantes leves, una sombra vestida de negro había desaparecido de entre los árboles. Ambas sabían de lo que se trataba, de aquellos sujetos de trajes negros y katanas que solo podían ver ellas, pero de los cuales no tenían ningún tipo de información. No sabían lo que podrían ser. A Alice poco le importaba, pero Abyss estaba muerta de curiosidad. – Para la próxima… deberíamos acercarnos a uno de esos. Tal vez consigan responder a nuestras preguntas… ya que ni los fantasmas saben nada, y los monstruos… solo saben atacar y gritar. – Susurró la peliblanca, entrecerrando los ojos. Alice guardó silencio durante unos segundos, por una parte quería comprender lo de los poderes, pero por otra le daba miedo conocer la respuesta. A Abyss solo le importaba conocer la razón del porqué ellas eran superiores al resto de los humanos, le daba igual si fueran razones buenas o malas.